Recientemente me comentaron acerca de una estudiante de octavo grado que no quería venir a terapia. Ella le dijo al terapeuta que "las estrategias no funcionan" y él se preguntaba si estaba haciendo bien su trabajo. Los padres todavía querían que el niño estuviera en terapia (por supuesto), pero el terapeuta se sentía frustrado.
También me comentaron acerca de un estudiante de séptimo grado que se resiste a la terapia porque dice que las estrategias no le funcionan. El terapeuta le había dicho que era un "tartamudo leve”, y los profesores decían que participaba en clase. Según me informaron, el padre dijo que el niño “no es el tipo de niño que usa estrategias", pero aún lo quiere en terapia. Una vez más, el terapeuta se sentía frustrado y quiso dejar de atender al niño debido a su "baja motivación".
Otra situación más: un niño que no usa sus estrategias porque está "bien" y no ve la necesidad de ellas.
Todas estas son situaciones muy comunes en niños de edad escolar que tartamudean, por lo que si te has encontrado en esta posición antes, ¡no estás solo!
Yo pienso de esta manera: incluso si un niño está experimentando consecuencias negativas a causa de su tartamudez, se necesita mucho esfuerzo y atención para usar estrategias de habla que incrementen la fluidez. Muchos niños no querrán usarlas, aunque estas puedan incrementar su habla fluida. Las razones son muchas: requieren esfuerzo, suenan diferentes al habla habitual del niño, suenan diferentes al de otros niños y, lo más importante, no siempre funcionan. Es algo difícil de vender porque lo que tenemos para ofrecer respecto a la fluidez no es muy convincente. Sin embargo, esto no quiere decir que las estrategias no sean importantes; es solo que no me sorprende cuando un niño dice que no quiere usar las estrategias, incluso si lo ayudan a ser más fluido.
¿Entonces qué hacemos al respecto? Afortunadamente, hay muchas cosas que podemos hacer; no necesitamos saltar directamente a dejar de trabajar con él debido a nuestras propias incertidumbres o frustraciones. Lo primero es asegurarnos de que estamos enfocando la terapia en lo que es más importante para el niño, es decir, las formas en que la tartamudez está afectando su vida.
Una forma de hacerlo es utilizando la Evaluación General de la Experiencia de la Tartamudeo por parte del Hablante (OASES; Yaruss y Quesal, 2016). El OASES le ayudará a identificar el impacto adverso que está experimentando el niño. (La frecuencia de tartamudeo no es una métrica de calificación apropiada si se supone que debemos considerar el impacto adverso para hacer recomendaciones de tratamiento).
Luego, una vez que sepamos las formas en las que la tartamudez está causando un impacto negativo (incluidas las reacciones negativas a la tartamudez, las dificultades en la comunicación o la disminución de la calidad de vida), podemos enfocar nuestros objetivos y tratamiento específicamente en disminuir esas consecuencias negativas.
Por lo general, los niños encuentran que este enfoque de la terapia es más atractivo para ellos porque aborda lo que realmente les molesta. (Curiosamente, a menudo no es solo la tartamudez lo que les molesta, sino aquellas cosas que dejan de hacer por su tartamudez.) Este cambio en el enfoque de la terapia ayuda a aumentar la motivación porque aumenta los beneficios en el mundo real como consecuencia de nuestra intervención. En este sentido, este trabajo también probablemente implicará reducir las reacciones negativas a la tartamudez. Eso puede disminuir el impacto negativo e incrementar la fluidez. Esa es probablemente la dirección que yo consideraría para la terapia en los casos citados anteriormente.
Hay mucho más sobre cómo hacer eso, y sobre cómo cambiar nuestro enfoque en la terapia para abordar lo que es significativo para el niño, en Terapia de Tartamudeo en Edad Escolar: Una guía práctica.
Escrito por J Scott Yaruss / Traducido por Angélica Bernabé